La utopía de una cultura del debate ilustrado

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Publicado por Juan Antonio Garcia Borrero en el blog cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com y progreso semanal.

CAMAGUEY. Que en Cuba la cultura del debate es una asignatura pendiente, es algo que no necesita argumentarse. Existen muchísimas confrontaciones, intercambios de opiniones divergentes, peleas intelectuales que lamentablemente en demasiadas ocasiones terminan afectando las relaciones personales, pero cultura del debate no, porque eso es otra cosa que solo puede cultivarse en aquello que Lezama describía como cotos de mayor realeza.

Advierto que, a diferencia de Lezama, creo en la intervención pública del intelectual, lo que me pondría en el bando de Mañach, si se llegara a reeditar aquella polémica en que ambos sacaron a relucir el falso dilema de la fede o la sede. Pero eso sí, esas intervenciones tendrían que tener altura, y aspirar a algo más que la simple catarsis.

Se supone que a las instituciones cubanas les convenga esta cultura del debate, pues es con el intercambio sistemático de ideas que se garantiza el desarrollo permanente. De hecho, la UNEAC la promueve entre sus estatutos, al anotar en su artículo 5: “La UNEAC se adhiere a los principios de la democracia socialista y en consecuencia defiende el derecho a la información, a la palabra, al ejercicio del criterio, a la libertad de creación, a la investigación, a la experimentación, a la crítica, al debate y a la polémica”.

¿Por qué entonces, en la práctica, eso funciona tan poco?, ¿y por qué cuando funciona aparece el síndrome del bullying mediático, con una mayoría descalificando de modo violento al que, estando en minoría, se expresa según le dicte su conciencia?

Este mal de la incultura del debate no es privativo de quienes viven en la isla. Hoy en día, gracias al desarrollo y uso de las nuevas tecnologías, podemos descubrir que tales carencias se detectan también allí donde, al menos en teoría, se dice garantizar la tolerancia con quienes opinan de un modo diferente. El insulto festinado termina siendo muchas veces el único argumento al que pueden apelar quienes se enfrascan en determinados debates.

La importancia de crear entre cubanos una cultura del debate va más allá de lo político. Tiene que ver, a mi juicio, con lo cívico. Es decir, con el conjunto de ciudadanos que tarde o temprano tendrán que aprender a convivir con vecinos que tal vez no compartan similar ideología, pero participan del mismo pacto social donde se garantizan servicios comunes. De allí que una cultura del debate debiera ser una suerte de asignatura que se enseñe en las escuelas, tan pronto los niños ingresen a las mismas.

Luego, habría que vincular ese debate a lo comunitariamente útil. Muchas veces, en nuestras polémicas, perdemos de vista el posible bienestar común que allá en el fondo, muy por debajo de las superficiales diferencias, terminan dándole forma a esa nación que a diario nos alberga, incluso más allá de lo geográfico. ¿Cómo estimular entonces un debate donde se abandone la trinchera intelectual, y se construya un espacio en el cual las ideas compitan en igualdad de condiciones?

Scenio es un neologismo acuñado por Kevin Kelly y Bryan Eno a mediados de la década pasada, y que describe esos lugares o períodos históricos donde se advierte la presencia de una genialidad colectiva. Los autores evocan esos momentos en que en la Grecia antigua, Platón y Aristóteles consiguieron crear escuelas en las que, más que epígonos, se apreciaba la existencia de muchos genios, o, al menos, personas de gran creatividad. Todas las épocas tienen su gente de talento; lo que no se consigue tan fácil es lograr que muchos genios o grandes creadores pongan sus egos en función de obtener entre todos una meta superior. Para lograr eso, según Kelly y Eno, es preciso que dentro del grupo se valoren las diferencias como fortalezas y no como amenazas; que las ideas divergentes se compartan y debatan casi al instante y con naturalidad, y que las novedades y puntos de vistas insólitos sean apreciados sin prejuicios (que no implica una aprobación definitiva). Y algo importante: es preciso dejar a un lado el afán de protagonismo individual para delegar en la creación colectiva. ¿Podríamos aspirar a lograr alguna vez entre cubanos ese nivel de scenialidad intelectual que ante todo se nutre de una sólida cultura del debate?

Si miramos bien el asunto, veremos que la consolidación de un escenario así no depende tanto de la genialidad de los pensadores individuales, como de las circunstancias y condiciones en que estos se mueven. Es un poco lo que advertía Nietzsche en aquella Grecia donde, según su punto de vista, la filosofía no encontró su origen, sino en todo caso un ambiente, una atmósfera.

En el caso de la Cuba de ahora mismo, no faltan los polemistas brillantes. O mejor decir, los pensadores que han logrado diseñar visiones de este mundo que nos ha tocado vivir, en las que constantemente se estimula el pensamiento activo de quienes acceden a esos sistemas de ideas. Y, sin embargo, no abundan las polémicas trascendentes, esas que, pasados los años, se regresan a ellas para descubrir que algunas de las ideas esgrimidas en aquel instante, siguen resultando provocadoras.

Es como si cada polemista se preocupara apenas por atrincherarse en su posición, operando todo el tiempo el llamado sesgo de confirmación, ese a través del cual reparamos apenas en los hechos o ideas que ratifiquen las creencias que ya existen en nosotros, y dejando a un lado toda posibilidad de encontrar puntos de vistas superiores. Debido a lo anterior, más que polémicas intelectuales, lo que abunda entre nosotros son las competencias de monólogos.

También es cierto que vivimos en una época donde, a diferencia de las anteriores, la influencia de los “grandes pensadores” se advierte cada vez menos. Ahora “el experto en algo” ha conseguido desplazar de la esfera pública a quienes pretenden establecer análisis de los fenómenos desde la complejidad, lo cual demanda un mayor esfuerzo en el plano intelectual. De allí que más que debates que inviten a asomarnos a universos contradictorios, estemos asistiendo a sucesivas escenificaciones de grupos que, como si se tratara de un festival de coros, utilizan los turnos de exposición para convencer con sus argumentos a los que ya estaban convencidos.

Construir una cultura del debate donde la autenticidad de lo que se expresa sea lo dominante, exige tanto o más esfuerzos que la construcción de una ciudad poblada de rascacielos. Porque en caso de construirse esa cultura de la polémica, cada individuo sería un rascacielos de civismo.

 

Imagen de portada: Fragmento de una obra de Caras Ionut, fotógrafo rumano.

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2 comments on “La utopía de una cultura del debate ilustrado
  1. Los escritores de Granma y 14ymedio deberían leerse este articulo unas cuantas veces.

    Va y aprenden algo.

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