Transición política en Europa: haciendo historia

 

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Por: Gretther Yedra

En numerosos artículos se ha destacado que la construcción del modelo de democracia y específicamente el de democracia representativa, fue a través de un proceso largo y sinuoso, mismo que se remonta a Roma con la tradición clásica hasta antecedentes como las comunas en España, Inglaterra y Francia, donde prevalecían los estamentos, libres, plebeyos y laicos. En Estados Unidos estaba la tradición protestante igualitaria con un modelo bipartidista de gobierno y en América Latina lo que se conoció como liberales y conservadores.

Para la transición política de Europa, en principio es importante hacer un poco de historia. Durante siglos en el pensamiento político europeo predominó la idea de que un territorio muy grande sólo podía gobernarse de manera despótica, si bien este pensamiento fue repudiado a lo largo del siglo XIX, fue precisamente el jurista francés Montesquieu el primero en plantear al Estado burocrático como la forma distintiva del despotismo moderno. Montesquieu postulaba que toda comunidad o república dotada de autonomía dependía de la virtud cívica y en este sentido se requería de la participación de los ciudadanos en el debate público y en la toma de decisiones, por lo que concluía que una república con autogobierno sólo era posible en un territorio muy pequeño.

Desde el punto de vista de Montesquieu habían dos elementos que fortalecían su pensamiento, en primer lugar, la estructura aristocrática de la sociedad post-feudal europea y en segundo, el ejemplo inglés. Argumentaba Montesquieu que la existencia de lo que él denominaba un gobierno “moderado” dependía de que las aristocracias europeas conservaran cierto papel en el gobierno local, lo que impediría que se concentrará el poder en el gobierno central, siendo un claro ejemplo, lo sucedido durante el siglo XVII en el Estado francés durante los mandatos de Richelieu y Luis XIV, donde la concentración del poder fue total y los intereses y opinión locales podían ser ignorados y desestimados en su totalidad.

Ésa fue la causa principal de que Montesquieu se opusiera a la centralización del poder en nombre de la libertad política y el imperio de la Ley. Es por ello que el ejemplo de que Inglaterra tuviera un gobierno donde los representantes electos gobernaran en nombre del pueblo, se constituía como una forma de gobierno en la que se reforzaba a la estructura aristocrática de la sociedad europea a través de la Cámara de los Lores y de manera informal en la Cámara de los Comunes, por lo tanto, Inglaterra ofrecía un modelo de sistema político en el que la autoridad legal estaba centralizada, pero el poder estaba descentralizado. Se privilegiaba así al gobierno representativo.

Para Montesquieu el modelo de separación de poderes, era el medio para reforzar la estructura aristocrática de la sociedad otorgando a la aristocracia un papel legislativo relevante en el gobierno central, pues pensaba que Europa no podría disfrutar de libertad política sin aristocracia. Para 1820 Francia era gobernada por un despotismo burocrático, Napoleón había reforzado el carácter burocrático de Estado, Francia era gobernada desde el centro por funcionarios civiles y sus representantes que en la mayoría de los casos no eran locales. Fue así que algunos liberales franceses voltearon sus ojos al federalismo norteamericano en el cual el modelo europeo fue la base para plantear la reforma del Estado-nación.

A ello se agrega la experiencia de Francia en años posteriores a la Revolución de 1789. La expansión francesa a lo largo de la década de 1790 fue básicamente la expansión de una idea, una visión de la sociedad basada en el principio de igualdad civil con la característica de un gobierno representativo, sin embargo, fue a partir de la dictadura militar de Napoleón y más tarde al imperio, lo que despertó recelo con los países vecinos que vieron en ello motivos de ambición más que de ideas de libertad política y civil.

En este sentido y para destacar la importancia de la organización política además de los medios de legitimación mismos del estado, el principio del federalismo tendría entonces que ser el medio para combinar las ventajas de las diferentes escalas de organización política, ofrecía a las naciones la seguridad y la fuerza de un Estado grande, dispersando a la vez los intereses y ambiciones de manera tal que contrarresten una centralización excesiva del poder y ciertos factores como la tiranía.

En este momento el pensamiento de Alexis de Tocqueville fue relevante en la medida en que planteaba la revolución social “democrática”, es así que en la década de 1830, Estados Unidos llevaba ya medio siglo de gobierno descentralizado, modelo que ofrecía la fusión del poder central con la autonomía local en el marco de una sociedad igualitaria y democrática. El federalismo norteamericano representaba entonces, un modelo alternativo de Estado capaz de fomentar la libertad política y la dispersión del poder en ausencia de una aristocracia privilegiada, contrario a lo que planteaba Montesquieu.

El federalismo norteamericano había creado un nuevo papel político para los tribunales que, a través, del control judicial estaban en condiciones de defender la separación de poderes y proteger los derechos individuales además que el sistema permitía que los funcionarios locales electos rindieran cuentas. Es así que la aportación de Tocqueville permitió distinguir entre el federalismo propiamente dicho y las confederaciones.

El éxito del federalismo estadounidense transformó el pensamiento constitucional liberal durante el siglo XIX, pero lo que empezó como un modelo para reformar una forma de Estado excesivamente centralizado en Europa, se convirtió después en un posible modelo para una unión política europea más amplia. Lo que sería la nueva Europa. Si bien los proyectos unificadores y de paz en Europa eran ya viejos, no habían pasado de ser planteamientos especulativos. Para el siglo XX esto empezó a cambiar. Desde finales de la II Guerra Mundial, las naciones occidentales de Europa habían hecho cesión de importantes derechos a través de su participación en empresas compartidas, empezando por la OTAN y la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), si bien estos acuerdos han obligado a aceptar limitaciones, los países nunca han renunciado a su soberanía nacional.

Estados Unidos había demostrado que era capaz de asimilar la inmigración europea (alemanes, holandeses, escandinavos, italianos), y aunque los inmigrantes procedían de países con escasa o nula experiencia de autogobierno con instituciones representativas, la práctica del federalismo y la educación cívica fueron mecanismo eficientes que permitieron adoctrinar a la nueva población en el marco de un gobierno autónomo. Fue así que la experiencia de los Estados Unidos estableció en principio la importancia del idioma ingles como vínculo fundamental para que el sistema federal funcione, se consideraba la importancia del manejo de un lenguaje común en la medida en que permitiría la mejor compresión u obediencia de la leyes establecidas por el régimen, siendo este un elemento de crítica en la conformación de los que es hoy la Nueva Europa.

La asimilación de la leyes establecidas por el régimen sin embargo, fue un proceso con resultados diferentes tanto para Europa como para Estados Unidos, esto se debe principalmente en Europa a que las regiones y ciudades tiene antecedentes con un marcado nacionalismo e identidad, incluso hoy en día, se considera como extranjeros a quienes habitan regiones distintas, sin embargo, es claro que Europa ha experimentado enormes avances desde 1945, la creciente prosperidad, mayores oportunidades educativas y la movilidad social, han contribuido a crear un escenario mucho más cercano al de los Estados Unidos, lo cual se refleja en el fortalecimiento de la democracia como sistema político ideal.

De hecho en las últimas décadas la democracia representativa como sistema, se ha convertido en todo el mundo en una expresión de la demanda social habitual frente a regímenes represivos o tiránicos, en este sentido el éxito del modelo estadounidense radica precisamente en que el gobierno representativo está sostenido por una cultura de consenso. En la segunda parte de este artículo ahondaremos en esto último.

 

Fuentes Consultadas:

Democracia en Europa, Larry Siedentop

La Democracia en América, Alexis de Tocqueville

¿Qué es y qué no es democracia?, Schmitter Philippe y Karl Terry

 

 

 

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Gretther Yedra Rodriguez

Nací en un pueblo de una hermosa ciudad el veinticuatro de junio de 1982. Crecí y me formé con unos padres que inculcaron en mí, más que amor por la revolución o por los líderes de esta, un inmenso amor a la Patria y a un Martí desconocido por muchos en nuestra Isla. Licenciada en Español y Literatura,  tuve el orgullo de ser maestra y de formar en mis alumnos valores y principios dignos de un ser humano. Creí, como muchos... y también me decepcioné. Una tarde, con mi niño de la mano y un montón de recuerdos, tristezas, inconformidades, algo de desasosiego y otro poco de incertidumbre, me marché de mi patria. Mientras el avión despegaba los versos de José María Heredia se asieron a mi maleta y desde entonces no me abandonan... No sería martiana, y mucho menos cubana si no luchara de algún modo por una Patria Libre. Tengo una fe inconmensurable en el movimiento Somos +, es por eso que desde mis palabras estaré con ellos.

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